El aroma de la esencia

Vivimos sin estar vivos, sin observar la vida. Vivimos a tientas, palpando. Y por eso nadie sabe a qué huele el agua...
Seguro que las libélulas saben a que huele el agua. Alomejor porque tienen cuatro alas, no lo sé, pero seguro que pueden olerla.
Ser libélula y oler el agua debe ser fascinante. Desertaré desde aquí, desde mi posición e iré asta allí, a estar desde mi existencia como libélula.
Las libélulas saben a que huele el agua pero quizá no les aporte emoción su aroma, ni ningún otro. Quizá ya se sientan privilegiadas.
Quizá sea propio del vivo no vivir porque puede, precisamente, vivir. La vida es un velo que cubre el vacío de toda existencia. Los vivos apartan el velo y están ahí, en la vida, pero sin serlo. Hay que adentrar en el velo, en su finura, ahí esta toda la esencia, en la sencillez de su caer. Así lo que cubría se convierte y eres vida. Como el agua. El agua no está viva, el agua es esencia, el agua no es, es vida.
El deseo de ser agua me lleva a mudar de mis cuatro alas.
Escondo mi aroma, soy esencia, no estoy viva, soy vida y soy muerte, no soy. Ésta es mi existencia de ahora, de el instante en el que deseo y creo en mi mudanza. Ahora me descubro como un velo en el que has de adentrarte, regalo inspiración y ofrezco perspectiva. Doy oportunidad de adentrarse en el ser que es vida, que es adentrarse en uno mismo, en la llama de la esencia, en el fuego del agua, que son nuestras venas, en ellas la esencia. Cambio ahora, en este preciso momento, la piel por ondas imperfectas u oleajes tranquilos o inmensos, embriago de vida mi adormecida existencia, coordino con el cielo porque soy vida...

Prométeme, ilusa vida en la que camino sin ser que me recordarás que en mis deseos soy agua y que fui libélula, que mi aroma estremece y que en mis venas recorren virutas de mi ser deseado, la esencia de la vida.

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