Siendo aura

Sombras feroces como un galopar de mil caballos jóvenes invadidos de furia. Un zumbido constante que abraza, casi estrangula, el frío y el crujido del hielo en los pétalos de las flores blancas y petrificadas. Carroñeros sobrevolando los árboles sufridos por gotas álgidas que caen del cielo. Se anhela un espiral de trances tranquilos sobre los que caen colores ciegos y palabras que pronuncian sacrificios para una puerta que abre y que cierra, que contiene el espiral de fuego, o de hielo, más hielo que en los árboles carroñeros que sobrevuelan otros árboles en espirales sin puertas o puertas que no abren ni cierran ni mantienen lugares de brisas, ni cielos naranjas, ni zafiros en cristales como espejos arañados por besos.
Cuatro telarañas en las cuatro esquinas de esta habitación sin puerta, sin espirales y sin llamas de hielo abrasando el fuego que late del corazón hambriento. Se permite una carcajada para describir la presencia de estados anímicos interpuestos entre esa sombra y su ocaso, la espuma en la orilla y su ola.
Las tentaciones que la luna invoca para la luz que captarán córneas vivas es abrumante, delirante y lo mas fascinante y apasionante si emociona y nace llanto de ella. Una emoción más grande que el alma, más intensa que un suspiro de amor, que un aliento efímero que penetra hondo en un fondo profundo.
Una habitación muerta, y una salida que no se percibe si no desertas de la rigidez y de una mente que vive en campos de racionalidad.


Desertar a ser aura y correr con mil caballos feroces que vencerán pantallas de humo y habitarán en abanicos de caricias cariñosas y pacíficas de amor íntegro y ambicioso por compartir y ser todos de uno y uno de todos. Siendo la aurora y el crepúsculo motivo de rozar el tacto de todas la pieles que desertaron y son ahora la brisa y así una armonía vital compuesta de un frenesí alegre y siendo un mismo cuerpo formado por mil auras enamoradas del amor.

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