Infinitos transcursos de instantes

Astuto infinito, avanzas paralelo a los ríos encallados y te haces divisar desde ranuras llenas de moho. Nosotros, torpes desprevenidos, dejamos todo lo nuestro fluyendo por zig-zags imprevisibles que en cualquier momento seguirán rectos para chocar con bruscas direcciones. Muebles de sal como obstáculos, sal en ríos contaminados, en aguas dulces amargas. Muebles vacíos, en cualquier caso. La corriente es templada porque la roña es espesa y la pureza vital de las aguas es sincera. La pureza vital es sincera y nosotros, desamparados de su transcurso, somos la roña.
Nos perturban las piedras que caen y ondean la fluidez. Grabamos nuestras quejas en el barro por el que naufragamos y creemos que importan... Lo que no sabemos, astuto infinito paralelo, es que se borrarán porque no importan.
Nosotros somos nuestras perturbaciones y las de ríos que fluyen. Nosotros permanecemos en roña porque no sentimos el hilo que arrastre nuestras sensibilidades que han de coser manos solas a tu cuerpo de humo imperceptible...


Habitamos en tierra y agua, miramos el cielo y queremos atravesar las nubes, queremos vivir en otra galaxia, en una supernova, caer en un agujero negro, deslizarlos por el espacio sin nada y con todo...
Y paralelo a todo esto estás desprendiendo aroma, extasiando nuestros sentidos, enfocando reflejos que se esfuman, tocando las frentes que consiguen desaparecer unos instantes de un tiempo que pasa en pasado que vendrá en futuro y que está, un tiempo que no es tiempo porque es transcurso, transcurso que no tiene medida.
La roña se pegó a él como parásitos desesperados para hacerlo contable y la roña sufre de males por contar infinitos transcursos de instantes.

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