Aquí la incoherencia si vale desnuda

Me tiemblan las piernas al descalzar la brisa de su estatua inerte y despedazada.
Que hermosura hay allá en el horizonte.
Es tan delicada la espuma, tan amable. Tan suave.

Decía aquella pequeña amapola que se moría en su cuerpo. Quería ser la flor de los ojos opacos para ver a los gusanos que se arrastraban por sus párpados, dónde tenían una civilización llena de babas.
Saboreaban la dulzura de las amacas de miel, que los mecían, que cantaban con silbatos en profunda armonía a un ruiseñor que paseaba por allí.

Aunque opacos quería sus ojos, la amapola los tenía más cristalinos que el nacimiento de un nuevo río.
Así, veía a los gusanos sangrar y rebuznar a las flores y a sus párpados. Ellos esperaban a las amapolas opacas. Sólo había girasoles que bailaban a luz de la luna.

Nos silenciaron. Los gusanos, las amapolas, los girasoles, las amacas, las babas, los silbatos, el ruiseñor... Todos. Un silencio.

Una estruendosa voz susurró que lo que alguien decía era un veneno que se inyectaba en la sangre, una ilusión que tenía que parar.
No es coherente nada de lo que alguien está diciendo. Que los tímpanos no son tan sensibles. Que clavarse agujas en los dedos no es delicado si no quieres sufrir. La voz decía que era imposible aplaudir un abrazo.

La tierna y delicada desnudez estaba censurada por la apariencia de mostrar la mejor voz, el mejor tallo y la mejor miel

"Arráncate la ropa, susurraron todos los silenciados, arráncala y bésate el cuerpo, reposa en nuestro jardín, somos tu naturaleza, la incoherencia de tu imaginación."

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